32 años después (versión larga)

Escribo por fin la prometida versión larga de nuestro particular viaje por el túnel del tiempo durante la noche de Reyes de 2009, mientras hago tiempo para la llegada de Sus Majestades de Oriente. No quisiera exagerar, pero este reencuentro ha tenido algo de irreal; tal vez comparable a la llegada anual de los Reyes Magos, o sea que todos sabemos que no es cierto y a la vez lo es.

 

Recuerdos acerca de uno mismo que no recuerda ni uno mismo; amigos del alma con los que uno ha compartido todo tipo de aventuras cotidianas… que han perdido todo su pelo y son ahora jueces, fiscales, delincuentes, funcionarios, empresarios, médicos, banqueros o criadores de perros de raza. Porque vamos a ver, ¿quién demonios marcaba el ritmo de nuestras vidas? ¿quién lo marca ahora? ¿Por qué se ponían de moda las guerras de pelotillazos de papel? ¿Por qué comienza ahora la crisis económica? ¿Qué producto ha descubierto Barrio para mantener su cabellera en perfecto estado?

 

Mis amigos más cercanos están a estas alturas hasta las narices de todo lo que cuento acerca de nuestro reencuentro, desde la amnesia de Rosignoli, hasta el Mini trucado -120 caballos de potencia que prometen llegar a 140- de Federico, o las aficiones explosivas de Tomé, el aspecto de Polo de piloto de la segunda guerra mundial, o los más de 20 kilos de actas del Congreso que Rivero traía para entregar a Gonzalo del Puerto, que no compareció.

 

La verdad es que una cosa que hay que hacer la próxima vez es quedar de forma que uno pueda saltar de corrillo en corrillo, y así hablar con más gente –y no es que no estuviera yo contento de las conversaciones mantenidas con mis vecinos de mesa, todo lo contrario-, pero me he quedado sin saber detalles actuales de cada uno, y sin contarle a unos y a otros recuerdos espeluznantes.

 

Unos y otros hemos seguido viéndonos más o menos –más menos que más, salvo curiosamente el grupo de Polo, Daniel, Gonzalo y Rami ¿más predispuestos a la unidad por su solidaridad de últimos de la clase?-, los hay que han sido capaces de reconstruir completa la lista de la clase –el relato de Eguiluz acerca de la excursión en un bosque del estado de Washintong (o como se escriba) durante la que se perdió tres días con sus noches, y en la que repetía la lista de la clase para no volverse tarumba es… para volverse tarumba-, yo mismo he hecho este blog y tengo la esperanza de localizar –bueno, en realidad de que Nájera localice- a los 17 que faltan (hay que decir que unos días después apareció Juan Sotillo Mesanza, de modo que ya somos 35).

 

También he pensado en algo en lo que no había caído yo hasta la fecha: creo que fuimos educados con un sistema de puestos en la clase –primero los de mejores notas y la final los suspensos- que debería estar perseguido por el Tribunal de la Haya, y sin embargo no hemos resultado un grupo de tarados asociales –bueno, al menos en apariencia-, víctimas colectivas de fracaso escolar y el calentamiento global. Más: me atrevo a decir que hemos resultado ser buenas personas tirando a tíos excelentes –y lo digo pasando por alto que Nájera me dijese que tenía ahora su empresa unos trajes en oferta, pero que pensaba que de mi talla no le quedaban-. A ver si va a resultar que lo cierto es que ya éramos buena gente antes de coincidir en la misma clase, o simplemente que el Manrique y sus sistemas pasaron por nosotros como el agua sobre las piedras, o que bajo la apariencia de sistema antipedagógico se escondía la piedra filosofal de la educación infantil gracias a la que no sólo somos hombres de provecho, sino el oculto futuro de la humanidad… o más bien la causa de su decadencia.

Ya no sé ni lo que digo.

Me alegra haberos visto.

Espero que el reparto de e-mails sirva para que nos veamos de vez en cuando; estoy asombrado de lo que ha resultado del alucinante encuentro que mantuve con Antonio Rodríguez Gallego el 7 de mayo de 2008.

 

Hice unas pocas fotos, las pongo a continuación con algún comentario.

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Este señor nos hizo la foto de grupo en la fachada del Instituto (por cierto, la estatua que allí estaba ya no está). Jaime Villa se dirigió a él como «padre» proque interpretó que su cuello alto blanco era un alzacuellos, pero al llegar sus hijos comprobamos enrojecidos -todos menos Villa, que perdió la capacidad de enrojecer a los cuatro años más o menos- que sólo era padre de sus hijos. Muchas gracias en todo caso, señor.

 

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Hecha la foto, Enrique Sánchez Girón desplegó altas tecnologías para mostrar mapa de los accesos al restaurante.

 

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No tuve el mal gusto de fotografiar la comida, pero sí el plato.

 

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Intenté inmortalizar a Alejandro Silva sobre todo para plasmar su extraordinario parecido con Jesús Gil y Gil, que en paz descansa; pero me salió esto. Ignoro si usa algún tipo de cosmético antifotográfico o si soy un manazas con la cámara, pero esto es lo que salió.

 

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Tomé fue el primero en animarse a cambiar de sitio para charlar con los del otro extremo de la mesa.

 

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Milán, Peñacoba y Pestaña… ¿Por qué nos llamábamos por el apellido?

 

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David a punto de llegar a alguna conclusión tremenda ante la atenta mirada de Gallego.

 

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Máximo.

 

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Luis Zotes y Mario Rubio de Miguel.

 

Esto es lo que hay. A ver la próxima.

1 comentario

  1. Así lo viví yo…

    DEMENCIA SENIL

    Fui el primero en llegar, quería dar un paseo por el Ramiro ya que no había vuelto desde que terminé COU. Confieso que estaba nervioso, pensaba en el síndrome de Ulises que había mencionado Egui en una de sus notas, así que mientras fmaba un cigarrillo tras otro, intenté exprimir mi memoria aprovechando el entorno. Tras un corto deambular por las canchas de baloncesto apareció una figura familiar, no podía ser otro, Máximo Sanz Terán, más o menos como lo recordaba, con la misma risa floja, un poco más grande y muy cariñoso.
    Se acercaron tres individuos irreconocibles parapetados tras oscuras gafas de sol, a Polo le reconocí con dudas porque lo recordaba con el cabello rubio, a Gonzalo Álvarez Casas y a Daniel Esteban me fue imposible, melena negra con patillas rockeras el primero y barba cana y algún kilo de más, nuestro valiente portero de fútbol.
    Fuimos hacia la nueva Cantina y allí apareció Villa con unas estrambóticas gafas con forma de estrella y una euforia que sólo he conocido con drogas de gran pureza, pero es que él era así; no se acordaba de nadie y sin embargo no paraba de dar abrazos. Hasta nos trajo a Geni el cantinero, aquél que junto al viejo Pedro, repartía bocadillos a la hora del recreo tal y como se reparte ayuda humanitaria tras una catástrofe.
    Ya fijos en el lugar donde antaño se elevaba la estatua ecuestre que presidía la entrada principal al Instituto, el goteo de antiguos compañeros fue incesante, por un lado y otro aparecían fantasmas del pasado, a Pando le reconocí de lejos a pesar de que el peso de la justicia había dejado huella en su angelical rostro; curioso, todos parecían recordar su vocación por las leyes, excepto él.
    Siguiendo el mismo sendero, se acercó alguien que dijo ser Eguiluz, cuántos recuerdos con Egui y lo cierto es que lamentablemente no tuvimos la ocasión de hablar mucho. Paradójicamente también a él la justicia injustamente le había arrebatado su infantil aspecto, al menos, en lo capilar.
    Por el otro lado llegó mi amigo Pepe Milán, buen compañero, fumador congénito y excelente futbolista zurdo, nunca encontré un “pasador” como él; me alegró especialmente verle.
    Rivero, el dibujante preferido del Manrique y uno de los que mejor se portaba en clase, vino cargando con 6 Kg de papeles para Del Puerto que no apareció, David Pestaña, otro de los buenos, casi igual que entonces, con un poco menos de pelo, denominador común excepto en casos contados. El entrañable Silva, con un cierto parecido a Jesús Gil aunque él insistiera en se parecía más a Plácido Domingo con ropa y a Nacho Vidal en la intimidad. Apareció Rossignoli, con el que no coincidí nunca, Carlos Nájera uno de los motores de este evento y que parece no haber parado de crecer. Gallego, también irreconocible, pero muy cariñoso.
    Llegó Zotes, siempre sobrio, con barba y aspecto de científico finlandés, todo lo contrario que Enrique Sánchez Girón, que no había cambiado mucho porque de niño ya tenía aspecto de español adulto con aquél incipiente bigote.
    Irsuta, probablemente no le habría reconocido aunque para mí, es uno de los inolvidables; recuerdo cómo ponía la barrera del dedo gordo para que no nos pasáramos al morder el bocadillo.
    Llegó Baudín, arrastrando una férula y conduciendo un “mini vintage” tuneado con pegatinas ad-hoc, resultó ser mucho más alto de lo que yo le recordaba.
    Vino Ruano, un buen tipo y con el único que coincidí en el Instituto, en 1º K, confirmó que es el que está al fondo de la foto del equipo de baloncesto. Alberto Sidrach de Cardona Ortín fue el último en llegar, gran tipo, otro que no ha cambiado, desgraciadamente no pudo venir con nosotros al restaurante.
    He dejado a propósito para el final al singular Muñiz; me sorprendió su poca memoria y su ácido sentido del humor, sin duda un descubrimiento y sin quererlo, génesis de este encuentro.
    Ya en el restaurante, pude saludar a Peñacoba, niño tímido y uno de los que físicamente no había cambiado demasiado, abracé a mi amigo Mario Rubio, pero… ¿qué te ha pasado Mario? si tú no te has dedicado a la justicia…, qué ilusión volverte a ver.
    Tomé apareció el último, seguía con cara de pillo aunque sin gafas, tuvo que ir uno por uno disculpándose de los “pelotillazos” con los que nos acribillaba las piernas (es broma, lo de las disculpas). No me he olvidado de David Pérez Barrio, que una de dos, o ha hecho un pacto con Lucifer o duerme en una cámara hiperbárica, hasta trajo el mismo Loden de siempre, claro que los implantes capilares ayudan.
    Quiero acabar dando las gracias de nuevo a Gallego por haber creído que esto era posible, a Muñiz por su blog y a Nájera porque su labor de búsqueda ha permitido que 33 años después, podamos volver a vernos.
    De los ausentes no diré nada aunque me acuerdo de todos, sí querría mandar un fuerte abrazo a Antonio Sánchez León, allá donde esté.

    Michel


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